Sé que en algún lugar del mundo,
existe una rosa única,
distinta de todas las demás rosas,
una cuya delicadeza, candor e inocencia,
harán despertar de su letargo a mi alma,
mi corazón y mis riñones.
A esa rosa, donde quiera que esté,
A esa rosa, donde quiera que esté,
dedico este trabajo,
con la esperanza de hallarla algún día,
o de dejarme hallar por ella.
Traducido a 115 idiomas, siendo la pieza literaria francesa más leída en el siglo XX y la tercera más vendida en todo el mundo, sólo detrás de la Biblia y Das Kapital de Carlos Marx, El Principito es un clásico de la literatura universal y en palabras del filósofo Martin Heidegger, “una de las grandes obras del existencialismo”. Publicado el 6 de abril de 1943, El Principito no recibió buenos comentarios por la crítica. No sería sino hasta 1946 con la edición de Gallimard en Francia, que obtuvo un gran éxito e inmortalizó a su autor, el piloto aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, quien desafortunadamente ya no pudo atestiguar este suceso. Saint-Exupéry despegó de Córcega el 31 de julio de 1944 en la que sería su última misión. El objetivo de la misma era tomar fotografías de Annecy y Grenoble, ocupados por los alemanes.
Sus biógrafos cuentan que Saint-Exupéry escribió El Principito sin parar y que leía pasajes de la obra a quienes lo visitaban a la hora de la cena. Considerando sus obras anteriores, El Principito era visto como un libro distinto, extraño, al que los lectores estadunidenses no se acostumbraron de inmediato. Después de todo, las obras precedentes del piloto francés lo hacían aparecer muy viril y era difícil imaginar que ese mismo autor podía redactar un libro para niños.
En realidad El Principito es, en cierta forma, una obra biográfica. La descripción de paisajes que Saint-Exupéry desarrolla en la obra evocan los volcanes que el piloto vio en Dakar. La célebre rosa con la que riñe El Principito, representa a su esposa Consuelo. Por cierto que la famosa riña es el punto de partida para que El Principito inicie su recorrido por siete planetas donde conocerá a extraños personajes hasta que llega a la Tierra y es recibido por una serpiente. Pero quizá de los pasajes más memorables sea el diálogo que El Principito sostiene con el zorro: sólo con el corazón se puede ver bien... lo esencial es invisible para los ojos. A juzgar por esta reflexión, ciertamente Antoine de Saint-Exupéry escribió con el corazón.
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